Durante la infancia y la adolescencia se va formando nuestra personalidad y con ello adquiere importancia el sentir que perteneces a un grupo ya sea deportivo, religioso, político o cultural.
Todos los seres humanos necesitamos sentirnos parte de un grupo, identificarnos con el resto de sus miembros, compartir experiencias, emociones, logros y metas.
La elección del equipo de fútbol es una de nuestras primeras decisiones, se suele hacer en la infancia, antes de tener construida y definida la personalidad. Los niños suelen escoger los colores del club de sus padres, hermanos abuelos o parientes cercanos. A veces se escoge el equipo rival por llevar la contraria, aunque es mucho más probable que animes al Atleti si desde siempre en tu casa se ha animado al Atleti.
Ser de un equipo de fútbol desde pequeño forma parte de nuestra personalidad, de nuestra identidad, de nuestras raíces y tradiciones familiares, y ese es el motivo por el que nunca lo cambiamos. Ya que nos identificados con ese equipo de futbol, tenemos un sentido de pertenecía hacia él.
Al sentirlo parte de nosotros mismos lo defendemos con pasión. Tanto que las ofensas a nuestro equipo las tomamos como si nos lo estuvieran diciendo a nosotros o a nuestra familia. También celebramos los triunfos y como si fueran nuestros y lloramos con las derrotas junto con personas que pueden ser totalmente distintas a nosotros pero que comparten este sentimiento.
Es más fácil cambiar de tendencia política, ideas, pareja, gustos, trabajo o incluso de religión, porque se suelen escoger más tarde, después de la adolescencia, y ahí ya hemos construido parte de nuestra personalidad y cambiar no haría tambalear nuestra identidad.
Además, estás áreas no tiene que ver tanto con nuestras tradiciones sino con nuestros ideales y nuestra forma de vida.
Por lo tanto, los colores se conservarán para toda la vida y son un referente para nuestra personalidad como adultos. Abandonar a nuestro equipo del alma sí que alteraría los patrones de nuestra personalidad.